¿Quién no ha visto alguna vez un niño rabiando en el suelo, a pleno grito en la calle o pataleando?. Las rabietas, sobre todo rondando los 3 años, son más que frecuentes, son normales. Forman parte del desarrollo de los niños.
El problema surge cuando su frecuencia e intensidad son tan grandes que se convierten en el día a día de los pequeños y superen a los padres o cuidadores.
¿Por qué aparecen estas rabietas?
Es la manera que encuentra el pequeño para hacer lo que quiere y oponerse a lo que no le gusta. Son también, una manera de hacerse ver, es decir, de llamar nuestra atención.
El mayor pico de rabietas se observa sobre el tercer año de vida. Es una etapa que se caracteriza por un mayor egocentrismo, quieren tener lo que desean y no aceptan o no han aprendido a frustrarse.
Ellos quieren ser lo primero, y así lo demandan.
Además, si se han criado sin límites (que por otro lado es normal que antes de esta edad se les dé más cosas, más mimos, tengan menos autonomía, aún son nuestros bebés…), se opondrán con todas sus fuerzas a ellos; por otro lado, es muy comprensible ¿a quién le gusta perder privilegios?. Es, por tanto, una especie de rebelión.
No podemos olvidar que aún no saben controlar sus emociones, y por tanto, explotan a la primera de cambio.
Es una edad importantísima para las familias. Si se hace bien, ayudaremos a que tengan una infancia más sana desde el punto de vista emocional.
¿Qué hacemos ante niños con rabietas habituales?
Lo primero sería hacer un poco de autocrítica y conciencia de la situación. Es importante que los papás os preguntéis por qué se está comportando así vuestro hijo/a. No me refiero al hecho en concreto, sino a lo que el pequeño puede estar sintiendo para comportarse así y tener enfados habituales.
Los límites en la educación son necesarios, es importante que ellos entiendan qué pueden hacer y qué no.
Por supuesto, no hay que poner límites gritándoles, criticándoles o con enfados subidos de tono. No hace falta y no es recomendable… Lo que nosotros hagamos es lo que ellos aprenderán.
Busquemos pequeños que sepan dialogar, negociar, que tengan humor para hacerlo, que aprendan que en la vida no todo se consigue a la primera y que el esfuerzo tiene recompensa.
Los límites se han de poner con calma, con seguridad y con mucho amor. Hemos de ser tajantes cuando el límite es por un tema de seguridad o de comportamiento hacia los demás, pero también podemos negociar con ellos cuando se trata de temas menores (ponerse un determinado vestido, tiempo para jugar con vídeo-juegos).
Si en estos casos “menores” nosotros les demostramos que sabemos tenerles en cuenta y podemos darles algo a ellos, ellos nos darán a nosotros los que les pidamos con mejor humor. Las negociaciones funcionan muy bien en estas etapas.
No debemos olvidar explicarles el porqué de las cosas; aunque parezca mentira, se enteran de todo y lo que se entiende se acepta mejor.
El «No, por que lo digo Yo» funciona, pero solo a corto plazo. Aunque desde luego hay momentos para ambas cosas, sobre todo cuando insisten hasta la saciedad.
Siempre recuerdo en estos casos los cómics de Zipi y Zape que acababan consiguiendo lo que querían por pesados, y por no dejar de pedirlo hasta que el padre, antes de su ingreso en un psiquiátrico, les decía que sí ;).
Frustrarse es necesario, la vida está llena de momentos de pura frustración. Comienzan desde la primera infancia, cuando en la guardería un bebé quita un juguete al otro.
Cuando un hermano tiene que esperar porque la madre o el padre está atendiendo a otro, cuando para conseguir el helado antes han de comerse el brócoli..y un largo etc.
Estas experiencias, si se acompañan de paciencia, buenas explicaciones y límites crearán una buena base de trabajo en el pequeño que les servirá cuando crezca y experimenten frustraciones de mayor calibre (estudiar una asignatura que odia, el primer desamor, amigos que te dejan de lado, dificultad en encontrar un trabajo que guste…etc).
De un buen manejo de la frustración se obtiene un buen aprendizaje del autocontrol y de la superación.
¿Y en el momento justo de la rabieta, cómo podemos actuar como padres o cuidadores?
Pues aunque cueste y haya que respirar varias veces o morderse la lengua, lo mejor es no hacer nada, dejarles que rabien, dejarles que su ira se vaya… lo más importante, dejarle claro que mientras estén así no conseguirán lo que quiere y por supuesto no ceder.
Cuánto menos caso les hagamos en estos momentos, menos les durarán las rabietas.
Pero no debemos dejar la rabieta ahí, si conseguimos empatizar con el por qué de su rabieta, seremos más efectivos a la hora de solventar las mismas.
Tenemos tendencia a etiquetar: eres un caprichoso, un llorón…pero, ¿y si su llanto se debe a celos escondidos?, o a que se siente menos querido que sus hermanos…o puede que esté empezando aprender lo que es el NO.
Por tanto, dependerá de cada caso, cómo hemos de aproximarnos a ellos una vez que la rabieta haya pasado.
Es importante intentar solucionar el origen de las rabietas para evitar que se repitan constantemente. Si solo se llevan un castigo y regañina no estaremos solucionando la base del problema.
En algunas ocasiones el pequeño tendrá razón y eso que pide con la rabieta será justo. Mi consejo es que NUNCA se lo demos después de una rabieta, porque aprenderá que es el método para conseguirlo y no el diálogo y la negociación con el adulto.
Lo mejor en estos casos, es una vez que haya pasado, sería explicarles que tenían razón en querer o hacer tal cosa pero que lo tendrá cuando sepa pedir las cosas sin exigirlas, ni patalear.
¿Qué ocurre si la rabieta va a más y se pone a pegar o en un estado nada controlable?
En estos casos ya tan agudos, es mejor llevarle con cuidado de que no se haga daño a un lugar tranquilo (en su cuarto, con puerta abierta para que no se asuste) durante unos minutos, indicándoles que cuando se calmen allí estarás para hablar.
Cuánto más tranquilo estemos, más lo estarán ellos…su juego no les funciona y tirarán la toalla.
Decir que NO es importantísimo si queremos a nuestros hijos… Eso sí, decir que No con calma y dando las explicaciones necesarias a cada momento y edad de nuestros hijos.
Después de la rabieta siempre llega la calma
Pero, ojo, no pretendamos tampoco que nuestros hijos nunca se enfaden, nunca se encaprichen o nunca se enrabieten. Forma parte de su desarrollo y de su aprendizaje.
No deseemos niños aparentemente “perfectos”, ¡no existen!, así que, tan sólo, enseñemos a manejar sus emociones.
Queremos niños preparados para la vida real ¿no?. Pues la educación cariñosa con límites es para mí la base para conseguirlo.